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4 marzo 2011 5 04 /03 /marzo /2011 20:20


Toda persona, tarde o temprano, ha de poner en juego su conciencia y su responsabilidad moral, especialmente ante los retos decisivos de nuestro tiempo. A este propósito cuenta Ratzinger un suceso protagonizado por el premio Nobel, Sajarov, en 1955. Había intervenido en importantes experimentos termonucleares, pero las sucesivas pruebas militares costaron la vida a un soldado y a una niña de dos años. Invitado a un banquete de celebración, Sajarov se permitió un brindis en el que manifestaba su esperanza de que las armas rusas nunca más explotaran sobre ciudades. Un alto oficial, director del programa, le replicó que esa cuestión no le competía, porque los científicos debían limitarse a perfeccionar las armas, y no a enjuiciar cómo debían emplearse. A lo que el premio Nobel repuso: "ningún hombre puede rechazar su parte de responsabilidad en aquellos asuntos de los que depende la existencia de la humanidad". Esto vale también para el tema de la clonación humana que ahora tratamos.

Aunque la clonación presenta aspectos propios, en el centro del problema están -como decíamos en el artículo precedente- los experimentos sobre embriones. Y que, por tanto, el punto clave residía en determinar si se puede o no hablar de vida humana -susceptible, en caso afirmativo, de protección jurídica-, en los primeros 14 días de vida del embrión. Este tema se debatió en 1984 por el Comité Warnock, nombrado por el gobierno británico. En el dictamen final –conocido como informe Warnock-, se sentenció (así: se "sentenció") que el comienzo de la vida humana no tenía lugar hasta el día 14, a partir de la fecundación. Para ello, hubo que inventar el término "pre-embrión" –no aún "individuo humano"- dando así vía libre a la experimentación. Posteriormente, en 1990, las Cámaras inglesas lo transformaron en ley. Sin embargo, todo esto se hizo arrinconando valoraciones éticas y, además, marginando datos biológicos que hablan en favor de que existe una vida humana desde el momento mismo de la fecundación. Como prueba de ello, basten algunos testimonios, tanto biológicos como de los propios científicos.

En primer lugar, varios miembros del propio Comité Warnock, reconocieron más tarde este hecho. Así, la embrióloga A. MacLaren, admitió honestamente que fue ella precisamente quien introdujo el término "pre-embrión", y que lo hizo por influjo de "cierta presión ajena a la comunidad científica"; y sabiendo, como reconoció D. Davies, miembro también del mismo Comité, que estaba "manipulando las palabras para polarizar una discusión ética" (D. Davies, Embryo research: Nature 320 (1986) 208). Huelga todo comentario. Pero el resultado final de ese subterfugio, fue el reconocimiento legal en no pocos países de la experimentación sobre embriones. Así se escribe la historia.., y es lo mismo que ahora desean hacer algunos a propósito de la clonación con fines terapéuticos: quieren que la historia se repita.

Pero sigamos con otros testimonios. Una voz importante en esta materia es el francés J. Testart, nada sospechoso de mogigatería a la hora de experimentos biomédicos, pues trabajó en el equipo que en 1982 hizo posible el nacimiento de Amandine, primer "bebé-probeta" de Francia. Testart, que tiempo después dejaría esos caminos, afirma en su libro "Los caprichosos catorce días del pre-embrión", que los embriólogos británicos responsables del informe Warnock "se vieron obligados a hacerlo para justificar un punto de vista extra-científico que les convenía: el Comité ético del Departamento de Sanidad y Educación norteamericano, sin referencia alguna a consideraciones biológicas, había decretado que se necesitaba un intervalo de catorce días tras la fecundación sin que el producto de la concepción adquiera status moral alguno". Por desgracia, la suerte para el embrión estaba echada...

En línea parecida a la de Testart, se expresan muchos otros científicos. El que fue mi profesor en la Facultad de Medicina de Madrid, Botella Llusiá, refiriéndose al embrión recién fecundado, escribe: "hay una cosa que como biólogo u objetivamente, por mi propio conocimiento, sí que puedo afirmar: ...desde el momento mismo de la fusión de los gametos es ya una vida humana. No sólo podemos ver bajo el microscopio (...) unirse el espermio con el ovocito, sino que hoy día conocemos el genoma de cada uno de ellos y sabemos que, fundiendo sus moléculas de DNA, dan lugar a un nuevo ser, el embrión, cuyo genoma a su vez es propio, y diferente del padre y de la madre. Allí ha nacido, hoy ya la hemos visto nacer bajo nuestra vista, una nueva vida. (...) Y esta certeza biológica –que no antropológica, ni teológica- me permite a mí, y a los que me quieran seguir, condenar el aborto en cualquier momento que tenga lugar y sin limitación de tiempo. Y además es un argumento que sirve lo mismo a creyentes que a agnósticos". La razón científica desmiente, pues, el subterfugio del "pre-embrión".

El código genético que hemos sido cada uno de nosotros cuando sólo éramos una célula, y que se encuentra encerrado en el ADN de los cromosomas, lo compara Lejeune a una minicasete en la que hay escrita una sinfonía: la de la vida. Sobre los pequeñísimos minicasetes que son nuestros cromosomas están escritas diversas partituras de la obra que es nuestra sinfonía humana. Y una vez reunida la información necesaria para expresar toda la sinfonía (lo que sucede en el momento de la fusión de los gametos), "la sinfonía suena sola, es decir, un hombre nuevo comienza su carrera". Este lenguaje gráfico ayuda a que la verdad, que no tiene vuelta de hoja, sea más verosímil: es decir, que no sólo sea verdad , sino que también lo parezca.

A pesar de todo, algunos poderes políticos parecen empeñados en proseguir en la línea del gobierno británico. Por citar un ejemplo, Francia se ha propuesto recientemente modificar su legislación sobre bioética: se les queda pequeña para una libertad de investigación mal entendida. Se trata de justificar el uso de los embriones sobrantes de fecundaciones in vitro, para fines terapéuticos; y, como todo argumento, el primer ministro L. Jospin, se preguntaba: "¿Razones basadas en principios filosóficos, espirituales o religiosos deberían llevarnos a privar a la sociedad y a los enfermos de la posibilidad de avances terapéuticos?". La contestación debería ser: pues claro que sí; porque no se trata sólo de esas razones –que no deben quedar al margen-, sino porque también, y al mismo tiempo, esas razones están firmemente sustentadas en hechos biológicos, en análisis científicos, en pruebas experimentales. Y si hubiera que contestar con una respuesta menos académica y más contundente, habría que decir que cuando la eficiencia y los fines prácticos desplazan a los principios éticos, el final tiene un nombre: Auschwitz. Y es que con la verdad de los principios no se juega.

Los testimonios de científicos y los hechos biológicos expuestos, bastan para probar que, gracias a Dios, los Sajarov siguen vivos; y que no están dispuestos a doblegarse bajo el peso del poder económico o político, ni los de cierta investigación biomédica que, bajo capa de progreso, parece decidida a seguir dando pasos en falso.

Muchas cuestiones –de ciencia y de conciencia, es decir, de ética- quedan en el tintero. Y esto, sin haber dicho nada de una investigación que puede, y sin duda conducirá, a resultados óptimos en el campo biomédico y en sus aplicaciones prácticas: los experimentos con células madres procedentes de adultos. Tienen incluso ventajas sobre la clonación, tanto desde el punto de vista científico, como ético. El pasado año, esas células madres de adultos se han cultivado en el laboratorio en suficiente cantidad; y han mostrado su poder de transformación en diversos tejidos. Además, se trata de un progreso que no lesiona los valores éticos. Sin duda se está en la línea del mandato divino "dominad la tierra", pero bien entendido. Por lo mismo, no dejará de producir frutos abundantes sin perjuicio de los valores éticos, es decir sin el sacrificio de vidas humanas.

José Antonio García-Prieto Segura.
Sacerdote. Médico. Doctor en Filosofía

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